dissabte, 13 de juliol del 2013

Grans Mestres Espirituals

LOS GRANDES MAESTROS ESPIRITUALES DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Sovint les lectures es poden comparar a allò què es diu respecte els cistells de cireres, i és que tot estirant del fil d'una cita o una referència et porta a noves lectures, a aprofundir en aquell autor que t'ha copsat. És així que vaig aterrar en l'obra que m'ocupa. En aquell cas es feia referència a Confucio i portada per l'interès en saber-ne més em vaig decidir per l'obra que ara comento breument.
En el mateix volum es van desgranant les idees més significatives entre, com el seu títol indica, els mestres espirituals d'orient i occident.
Val a dir que amb algun dels mestres a què es refereix l'autor, en concret els orientals perquè el seu pensament em resulta molt allunyat, m'ha costat d'entrar-hi i m'ha calgut tornar més d'un cop a rellegir-lo.
Recullo alguns fragments que de ben segur no seran suficients per fer-se una idea acurada del tema, però que a mi m'han resultat significatius per diferents raons.
He afegit l'enllaç a cada personatge per si us pot ser d'utilitat.

El budismo se caracterizaba por una ilimitada capacidad para asimilar todas las religiones, filosofías y formas de vida con que entraba en contacto. Las consideraba como un trampolín, un punto de partida para ponerse en marcha hacia una única meta, que para nuestro pensar occidental se desvanece en la vaguedad de lo ilimitado y lo infinito.
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Puesto que Buda reduce las posibilidades positivas del hombre a una sola: la de alcanzar la salvación por no-apetencia, no-apego, no-resistencia, no puede ya tener sentido edificar nada en el mundo, plasmar el mundo: ni la vida plena de substancia histórica, que en la manifestación fenoménica adquiere riqueza, ni el ansia cintífica de saber que avanza hasta lo infinito; ni la historicidad de amor rigurosamente único, ni la responsabilidad contraída en el compromiso histórico. El mundo es dejado intacto. Buda pasa por él sin que se le ocurra llevar a cabo una reforma para todos. Exhorta a desligarse del mundo, no a cambiarlo. “Así como un delicado loto blanco no es mancillado por el agua, yo no soy mancillado por el mundo”.

Confucio transmite la voz de la antigüedad china.
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Si lo verdadero se manifestó en el pasado, se llega a lo verdadero indagando en el pasado; pero, eso sí, distinguiendo en él lo verdadero de lo falso. El camino consiste en aprender, no entendido como mera adquisición del saber, sino como una apropiación. La verdad, que ya existe, no se la debe aprender de memoria, sino realizar por dentro, y así, también por fuera.
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Confucio distingue cuatro tipos humanos. El tipo más elevado es el de los santos que nacieron dotados del saber. Confucio no ha visto a ninguno, pero no duda de que los hubo en el pasado remoto. El segundo tipo está representado por los que tienen que aprender para adquirir el saber, pudiendo llegar a ser “nobles”. A los hombres correspondientes al tercer tipo les cuesta aprender, pero ponen empenyo en ello. El cuarto tipo lo forman aquellos a los que les cuesta aprender y tampoco se empeñan al respecto. Los dos tipos intermedios están en camino; avanzan y están expuestos al fracaso. “Únicamente los supremos sabios y los estúpidos de la última categoría no cambian”.

Lao-tse dio a la palabra un nuevo sentido al llamar al Tao el fondo del ser, y ello a pesar de que ese fondo no puede ser nombrado y carece en sí mismo de un nombre. Con la palabratrasciende a todo lo que se llama ser, a todo el universo y aun al Tao en cuanto ordenación del mundo. Aunque es cierto que el Tao preserva tanto el ser del mundo como la idea de una ordenación omnipresente de los entes, sin embargo ambos arraigan en el Tao trascendente.
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El buen gobernante se humilla, se torna humilde y no exige ni pretende nada. Si, en cuanto gobernante, aspira a situarse por encima del pueblo, tendrá que rebajarse ante él en sus palabras; si quiere marchar delante del pueblo, tendrá que colocarse personalmente detrás de él; “así que permanece por encima del pueblo, no resulta una carga para éste; se antepone al pueblo, pero el pueblo no se siente pospuesto”.

Jesús es una figura de la antigüedad tardía, un personaje de los extremos del mundo helenístico-romano. (...) Se equivoca respecto a todas las realidades materiales y está condenado a fracasar como hombre.
Jesús no ofrece saber, predica fe. Lo que quiere decir permanece oculto al descreído; se revela al creyente, pero tampoco a éste en nada claramente enunciado, sinó a través de parábolas y de sentencias llenas de paradojas.
Interrogado acerca de sus parábolas, Jesús contesta: “A vosotros se os ha concedido saber el misterio del reino de Dios, pero a los extraños todo se lo comunica en parábolas”.
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En vida de Jesús, los discípulos creyeron con Él en Dios, el reino de Dios y el fin del mundo. A la muerte de Jesús se dispersaron, pero al poco tiempo volvieron a congregarse. Se produjo, entonces, en ellos algo revolucionario: veían a Jesús como un resucitado; no creían ya con Jesús en Dios, sino en Jesús en el resucitado Cristo. He aquí el paso de la religión del hombre Jesús, como una modalidad de la religión judía, a la religión cristiana, que en vida de Jesús no había existido. (...) Fue el apóstol Pablo quien incorporó el cristianismo a la esfera de la historia.

Aproximadamente desde el siglo I al VIII d.C. estuvo vigente en la India una filosofia que hacía uso de operaciones lógicas y se escribía en el idioma sánscrito. Sus representantes fueron la escuela hinduista nyaya y las sectas budistas mahayana. Pensadores célebres de las sectas budista fueron: Nagarjuna (cerca del siglo II d.C.) Asanga, Vasubandhu, Dignaga y Dharmakirti (siglo VII). La literatura existente al respecto no se encuentra en la forma que debió darle originalmente el pensador, sino en obras posteriores que, sin embargo, se convirtieron en adelante en obras fundamentales para el budismo filosófico, sobre todo en China.
Agustín nació en 354 en Tagaste, una pequeña ciudad de Numidia (en el norte de África). Su padre, Patricio era un modesto funcionario pagano, su madre Mónica era cristiana.
Los escritos agustinianos reflejan un proceso de paulatina integración, que hubo de culminar en la portentosa totalidad de existencia cristiano-católico-eclesiástica que por obra de él, entre otros, llegaría a ser, por espacio de un milenio, la potencia espiritual de Occidente.
La manera de pensar agustiniana tiene un caràcter fundamentalmente de inconmensurable fecundidad: Agustín hace presentes experiencias íntimas del alma; reflexiona sobre los portentos de la palpitante actualidad de nuestra existencia.
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La humildad satisfecha de sí misma cesa de ser humilde.
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Los Estados, cuando está ausente la justicia, son nada más que unas grandes pandillas de bandidos; a la inversa, las pandillas de bandidos, cuando llegan a ser fuertes, se convierten en Estados.
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Agustín por su pensar eclesiástico afianzó la vigencia de la superstición. Por su doctrina de que el sacramento del bautismo obra ya en la criatura purificación, renacimiento y bienaventuranza (que no son alcanzados por la que muere sin haber sido bautizada) promovió el concepto mágico de los sacramentos.
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Con Agustín, la teología, en su evolución dogmàtica, pasó de Oriente a Occidente. (...) Escribir la historia del agustinismo sería escribir la historia del pensar cristiano.
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En Agustín estudiamos los motivos de la catolicidad en su más hondo sentido. Él no supo de los estragos que la Iglesia, en cuanto institución del poder y de la política, ha causado en el mundo, de un modo más sostenido, refinado, consecuente y despiadado que las otras potencias mundiales de la naturaleza menos perdurable. 

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