He passat unes molt bones estones llegint aquest llibre. No he pogut evitar evocar el meu diumenge de fa uns anys que em va tocar fer de Presidenta d'una mesa electoral en unes eleccions municipals.
Un diumenge diferent, llarg i feixuc en què el gruix dels votants es van concentrar en les primeres hores del matí i les darreres de la tarda. A migdia ens vam organitzar per poder anar a dinar a casa i entre badalls vam anar passant la tarda.
Sembla increïble, però encara a hores d'ara el sistema és totalment arcaic i obsolet. Armats amb boli i regle, cal anar assenyalant un per un els votants, després, és clar, de comprovar les dades del DNI. I per això, marca la llei que calen almenys tres persones!!!!
Després arriba l'hora del recompte i això sí que és pesat perquè no sempre quadren els números a la primera i cal recomptar.
I, és clar, si t'ha tocat la presidència, acabes la jornada duent tot el material cap al centre on es recullen totes les dades i les incidències (si n'hi ha). Total, que acabes a les tantes!
De la casuística de la jornada, celebro haver oblidat tots els detalls, pocs de divertits.
Diu l'autor:
Puedo decir que escribir algo tan breve me llevó diez
años, mas de lo que había empleado en cualquier otro trabajo mío. La primera
idea de este relato la tuve precisamente al 17 de julio de 1953. Estuve en el
Cottolengo durante las elecciones unos diez minutos.
(...)
En su vida pública y en sus relaciones laborales
no era lo que se dice “un político, y hay que añadir que no lo era ni en el
buen sentido ni en el mal sentido de la palabra.
Para transformar un espacio cerrado en
colegio electoral (espacio que, normalmente, es un aula escolar, un juzgado, un
refectorio, un gimnasio o cualquier oficia municipal) bastan pocos enseres.
(...)
Los primeros votantes eran algunos ancianos
-asilados o empleados del asilo, o ambas cosas a la vez-, algunas monjas, un
cura, y algunas mujeres viejas.
(...)
Algunos de ellos sufrían moral y físicamente
(avanzaban camillas con enfermos y renqueaban las muletas de baldados y
paralíticos) pero otros hacían gala de una especie de orgullo, como si,
finalmente, se reconociese su existencia.
(...)
Para la mayoría, el acto del voto ocupaba un
mínimo lugar en la conciencia; se trataba de una crucecita que había que marcar
con el lápiz encima de un signo impreso; algo que había que hacer como se les
había enseñado cuidadosamente.
(...)
Los abusos que un escrutador electoral de la
oposición puede denunciar con cierta probabilidad de éxito durante las
votaciones del Cottolengo se pueden clasificar en un limitado número de casos.
(…) Los casos en que hay que estar más alerta son, por ejemplo, cuando un
certificado médico autoriza a la asilada medio ciega, o al paralítico, o al que
no tiene manos, a ser acompañados a la cabina por una persona de confianza
(generalmente un cura o una monja).
(...)
El límite entre los hombres del Cottolengo y los sanos ya no
estaba claro: ¿qué tenemos nosotros más que ellos? Extremidades un poco mejor
terminadas, un poco más de proporción en el aspecto, capacidad de traducir un
poco mejor las sensaciones en pensamientos… poca cosa respecto a lo mucho que
ni nosotros ni ellos logramos hacer y saber… poca cosa para la presunción de
que somos nosotros los que estamos construyendo nuestra historia…
(...)
Cierto número de electores del Cottolengo
eran enfermos que no podían levantarse de la cama. (…) Era un dormitorio largo y caminaban entre dos blancas filas de
camas.
He considerat oportú i necessari acabar aquest recull amb una nota que el mateix autor va afegir:
La substancia de lo que he narrado es
verdad, pero los personajes son completamente imaginarios. (…) he tratado de basarme
siempre en cosas vistas con mis propios ojos (en dos ocasiones en 1955 y en
1961), admitiendo que esto puede importar algo en una narración más de
reflexiones que de hechos
La jornada de un escrutador
Italo Calvino
Traducción de Ángel Sánchez-Gijón
105 pàgines
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